Uno de los retos que tenemos como país tiene que ver
sin duda con la fortaleza de la hacienda pública de las entidades federativas,
entendiendo a esta como la capacidad que tienen los gobiernos locales de
incidir a través de inversión en el crecimiento y desarrollo de sus regiones.
Un gobierno que no tiene una hacienda sana sustentada
en una política de gasto, difícilmente puede incidir en el desarrollo de su
región y ese desafortunadamente es el caso de la gran mayoría de las entidades
en el país.
Nueve de cada diez pesos que obtienen en promedio los
estados, provienen de la federación con muy pocos contrapesos en cuanto a
transparencia y rendición de cuentas.
Los estados son meros gestores del dinero recaudado
por el gobierno federal evitando así la costosa responsabilidad de cobrar
impuestos a sus gobernados y la de informar con claridad su aplicación. Esto
nos ha llevado a que durante años se hayan generado burocracias obesas y
dispendios en detrimento de la inversión en desarrollo.
Fue en ese sentido que el presidente Enrique Peña
Nieto señaló la necesidad de que las haciendas públicas de los estados y
municipios tenían que pasar por un proceso de revisión en cuanto endeudamiento
y transparencia.
El decreto de austeridad del gobernador Mario López
Valdez se inscribe en ese llamado del ejecutivo federal y por tal merece el
reconocimiento. Sin embargo, resulta difícil aceptar que las acciones de ahorro
esbozadas en el disposición del ejecutivo estatal sean las únicas a las que se puede
llegar, tratándose sobre todo de un estado con tantas carencias y retos.
Del 2005 a la fecha el gasto corriente de la
estructura estatal se ha incrementado en 4 mil millones de pesos, que se
explican por la creación de organismos descentralizados que nadie sabe que
hacen y que resultados obtienen, por la común duplicidad de funciones que
podemos observar en cada dependencia, por un crecimiento abusivo de la
burocracia y por un dispendio público establecido como una cultura que se ha
venido formando a lo largo de muchas administraciones.
Es por lo anterior que más allá de las economías que
se exponen en el decreto de austeridad, resulta necesario hacer una evaluación
de cada una de las áreas de la administración estatal y de los ayuntamientos,
eliminar aquellas que no son pertinentes, establecer una política de
contratación a partir de necesidades y perfiles, pero sobre todo establecer una
política gasto que privilegie la inversión en infraestructura urbana, en
investigación científica, en salud, en proyectos de desarrollo de valor
agregado, en ciudades más eficientes y competitivas, en mejores sistemas de
seguridad pública.
El decreto emitido habla de ahorros que serán
reasignados en programas “prioritarios” sin definir con claridad a que se
refiere con ello. La disposición no estima ni cuanto se ahorrará, ni en que se
invertirá, una imprecisión que en nada suma.
Los retos del estado son muchos y también sus
potencialidades, pero para aprovecharlas debemos entender y asumir que se
requiere de liberar recursos para la inversión en desarrollo y esfuerzos de
mayor calado, exijamos pues que este decreto de austeridad sea solo un
antecedente para el establecimiento de una verdadera política de gasto y rendición
de cuentas.
Sergio Mario Arredondo
sergiomarioas@gmail.com
@sergiomario1
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