Fue en mi época de estudiante de economía en la
década de los noventas, cuando por primera vez escuché el concepto de reformas
estructurales, eran un sinónimo de anhelo o llave al desarrollo, estaba en los
medios, en el discurso de los políticos, en la mesas de cafés, en la aulas,
todos hablaban de ellas como el paso necesario a la modernidad.
Corría la última parte de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari y con la reforma al artículo 27, del sistema bancario, la firma de TLC con Estados Unidos y Canadá, la privatizaciones, la inversión en obra pública se habían generado una expectativa de cambio, tal vez agarrada de alfileres pero al fin una expectativa que nos imprimía una actitud de apuesta al futuro, con fraudes bancarios o sin ellos había una masa de medianos y grandes empresarios invirtiendo en el país generando empleo y derrama económica.
Sin embargo, los excesos del poder, los vicios de un sistema que no daba cuenta de su agonía, abrieron un capítulo obscuro en política nacional que trastocó esa etapa de transformación y el temido binomio devaluación-crisis apareció nuevamente e instaló el desánimo, la desesperanza, el odio a lo que oliera a política.
Corría la última parte de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari y con la reforma al artículo 27, del sistema bancario, la firma de TLC con Estados Unidos y Canadá, la privatizaciones, la inversión en obra pública se habían generado una expectativa de cambio, tal vez agarrada de alfileres pero al fin una expectativa que nos imprimía una actitud de apuesta al futuro, con fraudes bancarios o sin ellos había una masa de medianos y grandes empresarios invirtiendo en el país generando empleo y derrama económica.
Sin embargo, los excesos del poder, los vicios de un sistema que no daba cuenta de su agonía, abrieron un capítulo obscuro en política nacional que trastocó esa etapa de transformación y el temido binomio devaluación-crisis apareció nuevamente e instaló el desánimo, la desesperanza, el odio a lo que oliera a política.
Fue ese revoltijo de sentimientos lo que hizo posible
la alternancia política en el 2000, el hartazgo nos llevó a elegir lo primero
que nos pusieron enfrente, cualquier cosa menos lo mismo, era el mensaje
nacional. Con la alternancia, abría de nuevo la posibilidad de retomar el ánimo
reformista, pero los gobiernos panistas no tuvieron la capacidad o posibilidad
de hacer posible si quiera la discusión formal de las llamadas reformas
estructurales.
Enrique Peña Nieto en la carrera por la presidencia
en 2012 convenció al electorado que el era el hombre para llevar a cabo la
tarea inconclusa. A nueves meses de su gobierno, bien o mal, sin duda ya con
costos políticos a su gobierno ha logrado incluir el tema de las reformas en
una agenda nacional y ha establecido como instrumento el Pacto por México.
Peña no está escatimando esfuerzo alguno, decidió
negociar con los gobernadores fueran estos de su partido o no, a todos les ha
dado lo que han pedido, control político de su entidad, presupuesto, cercanía;
todo con la única condición del respaldo a sus propuestas de reformas.
Podemos o no estar de acuerdo en el enfoque de las
propuestas del gobierno de Peña, podemos llegar a la más diversas conjeturas
sobre ellas, pero el marasmo se rompió, el país esta discutiendo lo que debe
discutir.
Sin haber concluido la discusión de la reforma energética,
con el CNTE ahorcando a la capital del país, toca el turno a la reforma fiscal,
tal vez de todas las reformas propuestas la más compleja y la que levantaría
mayor polémica.
Enrique Peña supo leer bien el contexto, una economía
en recesión sin generación de empleo, poderes fácticos que están esperando un
mayor debilitamiento de su gobierno. En ese escenario manda una reforma
hacendaria justa, tal vez una de transición, pero justa al fin, simplificadora
y que toca las fibras sensibles de los grandes capitales.
Cuando ya varios se frotaban las manos y alistaban
las banderas contra el IVA a alimentos y medicinas, Peña pone a consideración
una reforma que elimina la consolidación fiscal, que establece impuestos
especiales a productos de sectores que siempre habían gozado del privilegio, elimina
el IETU, grava la ganancias de capital, reduce el incremento a gasolinas,
establece un sistema universal de seguridad social y un seguro al desempleo.
La reforma más allá de que deja sin argumentos a sus
anticipados detractores, responde en buena medida al contexto que el país vive.
El camino no deja de ser complejo, Peña y sus asesores tiene claro el “qué”,
los “cómos” son los que están débiles. La operación política será clave en este
proceso, donde cualquier error puede llevar al traste la necesaria discusión y
acción que necesitamos como país.
Lo cierto es que el ánimo reformista que es
combustible necesario para que el país tome rutas de crecimiento, ese que
parecía vulnerarse con las protestas del CNTE, con la oposición de la izquierda
a la reforma energética, hoy toma un nuevo aire, esperemos nos alcance.
Sergio Mario Arredondo
@sergiomario1